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Relato de vida de Laura

Estoy a punto de cumplir 43 años de que egresé de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la Benemérita y Centenaria Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, buen momento para dar una mirada atrás al desarrollo de mi carrera y certificar que fue la mejor decisión que he tomado en mi vida.

Estudié la carrera cuando las mujeres apenas se veían por los pasillos de la facultad; nuestra generación la componían 52 alumnos y solo 4 mujeres. La relación que existía con mis compañeros siempre fue de gran camaradería, incluso yo diría que asexuada, pues cuando viajábamos a prácticas nos cambiábamos el overol sin miradas torvas o comentarios desagradables. Y así siguió el primer periodo de ejercicio profesional, arropadas con la seriedad de nuestro superior, el ingeniero Juan Hernández, en las Brigadas de Educación Extraescolar.

Este confort acabaría al cambiar de zona de trabajo. A mí me asignaron a una brigada nueva, asentada en Amatepec, al sur del Estado de México, limítrofe con Guerrero, la cual era una zona inhóspita en ese entonces. Fue fácil identificarnos con los productores ya que las siglas SEP inspiraban respeto y las autoridades municipales nos ayudaron a conseguir oficina y casa. Desafortunadamente eso acabó pronto; el comportamiento del jefe de la brigada, un individuo alcohólico y de mal carácter, nos quitó la posibilidad de aterrizar nuestro trabajo. En este tiempo, inicié mis planes de titulación y por lo tanto pedí un permiso para ausentarme por un tiempo, al regresar tuvimos una confrontación porque yo era “estudiada” y el solo era técnico, el jefe de la brigada estaba tan enojado que intentó golpearme pero por suerte un vecino lo evitó. Debido a este suceso presenté mi renuncia en Toluca, que era mi sitio de asignación. Para poder completar este trámite, el inspector me pidió el 30% de mi pago, que ya estaba engrosado por mi aguinaldo, yo le dije que sí, pero no le dije cuándo; me dieron el cheque para que fuera a cambiarlo y regresara con el efectivo pero claro que no volví.

Para recuperar mi documentación tuve que ir con otro burócrata, que al entregármela, metió la mano en mi blusa, con el pretexto de ver el dije que portaba, mi novio de aquel tiempo alcanzó a ver y le puso dos o tres golpes, que estoy segura no olvidará.

Ya con título en mano, fui nuevamente a lo que entonces era la SAGAR, buscando trabajo en lo que se llamaba Extensión Agrícola, puedo asegurar que, hasta el día de hoy, fue el trabajo que me dio más satisfacciones. En mi caso, esa actividad consistía en dar asesoría y capacitación a los productores pecuarios en lo referente a la producción y a la transformación de sus productos, además de integrarnos y contribuir a la comunidad.

Considero que uno de mis éxitos, fue el control natal en una localidad (objetivo que logré a escondidas de los señores). También me fue asignada una zona que abarcaba del sur del Estado de México hasta la costa de Guerrero. La localidad donde vivíamos, Santiago Amatepec, tenía alrededor de 20 familias, que nos prestaron una bodega de fertilizantes para vivir, la dividimos en 3 áreas: al fondo estábamos las mujeres, al centro la cocina y a la entrada los varones. Una anécdota divertida que recuerdo es que en la cocina teníamos cajones de madera colgados como despensa, pues si las descuidábamos, los cerdos nos ganaban los alimentos. Además de esa localidad, cada uno de nosotros teníamos 10 comunidades más y nos organizábamos por tercias compuestas por un MVZ, un Agrónomo y un Tecnólogo y así aprovechábamos la gasolina que no era muy abundante. De lejos se ve divertido, pero nos bañábamos una vez a la semana en la casa ejidal, pues era el único sitio a donde llegaba el agua y también era donde la almacenábamos para beber y para preparar la comida. Fue en esa época en la que gané el premio al mejor extensionista del año, 1978-1979.

Como retribución por el premio, y pese a mi negativa, me mandaron a Texcoco, en donde tuve el nada honroso puesto de “asesora” de una dama voluntaria, que eran las esposas de los jefes. Podría contar cientos de anécdotas con las impertinencias de éstas cuando iban a jugar a las comunidades. Lo que me sacó de esa actividad, fue un taller que programé sobre inseminación artificial, la señora a la que asesoraba debía suministrar los equipos e insumos (a fin de cuentas el lucimiento era de ellas), por lo que le pedí un termo de pajillas con semen, como la señora era esposa del médico veterinario, asumí que sabría de qué se trataba, no obstante, ella me llevó un termo de café. Su marido era un Director a nivel nacional y le pedí otra zona de trabajo y que me relevara del trabajo con su inútil mujer.

De ahí, me mandaron a Aguascalientes, donde conocí al padre de mis hijos y volví a desempeñarme como extensionista durante 9 años. El trabajo que ejercí en el Municipio de Jesús María fue de extensionista de zona, más tarde me ascendieron a Jefe de Unidad en la misma región, la relación con los productores era muy cordial y respetuosa, siempre en mi carrera busqué la buena relación con las esposas de los productores y eso me dio buenos dividendos; tenía acceso a sus casas y podía incidir en cuestiones como la salud familiar y reproductiva, no solo atendía vacas y cerdos. En esos años hubo una reestructura de la SAGAR y Distritos de Riego y Temporal y nuevamente cambié de zona de trabajo a Calvillo, Ags., en ese tiempo estaba embarazada de mi primer hijo y recorría diario 50 km de ida y 50 de vuelta. Posteriormente me llevaba un joven que era mi auxiliar y recuerdo que me regañaba porque me dormía, pues de acuerdo a una creencia “se pegaría el niño” y tendría un mal parto.

Tiempo después cambié nuevamente de zona a Rincón de Romos, donde nació mi segundo hijo y en donde cambiamos de residencia. Después, en Pabellón de Arteaga, se interrumpió mi tercer embarazo y empezó a declinar mi relación, que acabó una mala noche de violencia; en cuanto amaneció, y por consejo de uno de mis tíos que era mi confidente, abandoné mi trabajo y regresé a Morelia, a mi casa. De igual manera mi jefe me aconsejó avisar a la familia de mi ex pareja, al hacerlo mi suegro me regañó por “llorona” e instó a que me aguantara, asegurando que así debía ser una relación. Además le pedí a un cuñado valoración médica y este se negó.

Ya en Morelia y decidida a no volver, busqué la posibilidad de cambiar mi residencia laboral y con suerte logré una permuta; llegué a una oficina donde mi trabajo era de escritorio y tuve el primer contacto con los aspectos económicos y financieros de mi carrera. A mi solicitud me dejaron un programa que era de atención a grupos de mujeres, las visitaba y analizábamos la viabilidad de sus proyectos, no obstante, yo no entendía cabalmente a lo que se referían por lo que decidí estudiar administración en la Facultad de Ingeniería Eléctrica de la UMSNH. Me resultó difícil ya que tenía más de 15 años de egresada y en mi rol de ama de casa nunca había estudiado nada, además de que no se me permitía salir de casa sola. Hubo un curso de proyectos de inversión ofrecido por la FAO y pedí por todos los medios me dejaran asistir, sin embargo, me lo negaron bajo el argumento de que qué iba a hacer si enfermaba alguno de mis hijos, que podría perder mi inscripción, entre otros pretextos. Pese a que les expliqué que tenía el respaldo de mi mamá, no me lo autorizaron. Un año después la Facultad de Economía, ofreció otro curso y lo tomé a regañadientes de mi jefe, a partir de ahí mi vida cambió, tomé la maestría en Calidad Total y mi jornada laboral se convirtió en permanentes ataques y bloqueos para asistir a mis clases. Al terminar la maestría renuncié a la ya SAGARPA y participé con el CONOCER, después de ello abrí un despacho, donde empecé a dar consultorías a empresas (no solo de carácter agropecuario) y también realizaba proyectos de inversión, llegó el punto en el que ya no podía sola e invité a otros técnicos como colaboradores, nos expandimos a diversas cadenas de valor como el agave, la miel y la leche, y en otros estados (sobre todo Colima y Querétaro), al café y el limón. Gracias al trabajo desarrollado con el CONOCER en la generación de normas técnicas de competencia laboral, nos invitaron a dar cursos en Jalisco, Colima y Querétaro. También colaboré 10 años con el INCARural, hasta que me vetaron por no apoyar económicamente la campaña de Felipe Calderón.

Otra actividad que desarrollábamos eran las evaluaciones externas de programas sociales, que más que evaluaciones, hacíamos maquila para la FAO, en este programa trabajé en varios estados como Querétaro, Durango, San Luis Potosí, Colima, Chihuahua, y por supuesto, Michoacán. Para lograr nuestro objetivos formamos una alianza de varios despachos, de los cuales 3 tenían mujeres por dueñas. En esta tarea tuvimos que tratar con autoridades estatales al negociar los contratos, cabe señalar que el único estado que no nos pidió participación económica fue Querétaro. En estas negociaciones las mujeres teníamos tanto poder como los varones y hubo momentos que las tres unidas llevábamos la voz cantante, en esta actividad me desempeñé durante 4 años, hasta que cambiaron las reglas de operación en SAGARPA.

Desde que salí de la facultad me atraía la cría de los conejos y me decidí a realizar mi primer intento de cunicultura junto con un amigo, el ejercicio estuvo mal planeado y mal situado, por lo que fue un fracaso; mi amigo se quedó con el equipo y yo con la experiencia. Cuando salí de la SAGARPA lo reintenté; convencí a un grupo de amigos de invertir en una granja formal, yo me tuve que ausentar para trabajar en Apatzingán y vendí mi parte, con el tiempo se fueron retirando todos hasta que cerró, al volver les pedí me dejaran trabajarla, a modo de renta, y logré un moderado éxito.

Gracias a la relación con otros productores y proveedores, me impulsaron a la presidencia nacional del gremio, en ese momento mis hijos no estuvieron de acuerdo, pues implicaría invertir mucho tiempo y dinero, pero alcancé un rol protagónico a nivel nacional y he logrado armar eventos en Oaxaca (donde fue mi primer Congreso), Aguascalientes, Guadalajara, Querétaro y Morelia. Actualmente, en comunidad con profesores de esta índole, logramos crear la Asociación de Médicos Veterinarios Especializados en Conejos en 7 Universidades.

Ya como consultora libre trabajé como asesora de Ayuntamientos y cumplí mi sueño: me invitaron a dar clases en mi Universidad, en la que fueron muchos años de buscar la titularidad. Trabajé 30 años en el ejercicio de la profesión y salvo raros casos de discusiones o desavenencias con productores, siempre me sentí respetada y cuidada, sobre todo en mis embarazos en los que trabajé hasta el octavo mes. Debido a las actividades que realizábamos, podía pasar horas solo con varones y nunca tuve miedo. Fue hasta que llegué a trabajar con pares académicos que me sentí atacada, muchas veces bloqueada en los concursos de oposición, envidiada tal vez porque no dependía del sueldo universitario para vivir y poco a poco, mi vida universitaria fue comprometida, dejé el ejercicio libre en el campo, salvo por la granja de conejos.

Esto es un resumen de mi vida, donde he tenido enormes satisfacciones, hoy me siento muy orgullosa de mis hijos, quienes son hombres de bien, agradecida por el rol que mi madre tuvo en su formación y en mi estabilidad como mujer profesionista y madre. Siento gran compromiso al ser médico veterinario nicolaíta y espero seguir honrando a mi universidad. Siguen nuevos proyectos, tanto a nivel personal, como profesional.