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Relato de vida de Lucía: “¡Gracias a la vida que me ha dado tanto!”

Soy Lucía: una niña/mujer con una vida llena de contrastes. Ahora a mis 60 años, aquí sentada frente al espejo, pienso en mi vida y recuerdo los vuelcos, tristezas, alegrías, llantos y risas que recorrí en este camino. Quisiera compartirles parte de mi vida.

Nací la mañana del día 2 septiembre 1959 en el Distrito Federal, ahora llamado Ciudad de México. Vengo de una familia conformada por mí, mis cuatro hermanos y mis padres Raúl García Martínez y María Teresa Haro y Chavero. Estos, aunque eran dos personas de personalidades, caracteres y mundos totalmente diferentes, se enamoraron a primera vista a pesar de que en esa época, social y económicamente, no era bien visto la relación de mi padre, de familia humilde, con una señorita hija de una familia acomodada y reconocida en la sociedad del año 1953, pues, de acuerdo con las creencias de mi abuela, no era correcto que una señorita de buena familia se fijase en un joven sin dinero y con apellidos tan comunes, no obstante, de ese matrimonio con tantos vientos en contra y pronósticos fallidos, nací yo, Lucía García Haro.

Mis abuelos paternos también fueron una pareja de mundos opuestos porque mi abuelo era de familia acomodada y de mucho dinero, lo contrario de mi abuela, quien trabajaba en la casa de él, el sr. Ángel, señorito de la casa. Por lo que su amor significó un escándalo y que provocó que lo desheredaran.

Mi madre era una mujer de carácter fuerte y dominante, con una moral sumamente arraigada pero con un corazón con mucho amor y alegría de vivir y disfrutar cada momento de su vida, dándonos todo el amor a sus cinco hijos y a mi padre, a pesar de una vida de altibajos económicos. Mi padre fue un hombre honorable, con una honradez digna de admirarse; soñador, poeta, enamorado del amor y de la música, que se empeñó por dar cuidado, amor y protección a mí y a mis cuatro hermanos. Bajo estas circunstancias se formó mi carácter y personalidad: mi mamá me enseñó a ser dominante y fuerte a la vez, además de la moral que tengo hasta el día de hoy, ella era la persona más recta que he conocido y le agradezco esa educación que nos inculcó; mis hermanos y yo somos emprendedores y aguerridos gracias a ella. La fragilidad, sensibilidad y el amor por la vida se la debo a mi papá, él era autodidacta; leía mucho, se informaba y todo mundo le pedía consejo. Yo disfrutaba de sus consejos y de su sabiduría, en la familia lo nombraban “el profe” por su inteligencia, yo estaba orgullosa de ese sobrenombre.

Nací en la calle de Alhelí #26, interior 2, colonia Nueva santa María, en un edificio que mi abuela materna mandó construir para sus hijos. Mis hermanos y yo somos 5: el mayor se llamaba Raúl, después siguieron María Teresa Maite), Evelia (Bella), yo y el más pequeño, Fernando Mauricio. Mi familia tuvo que abandonar el edificio cuando mi abuela murió y nos cambiamos a la calle Tamagno, en la colonia Tacuba. De ese edificio solo tengo recuerdos vagos porque tenía 4 años, no obstante, ahí sufrí un evento que marcó mi vida: yo jugaba con unos conejos que mi papá me compró y un gato se los comió, lo que generó en mí un gran impacto y estuve bajo tratamiento médico un tiempo. Después nos mudamos a la calle Primavera #84, en la avenida México Tacuba. Recuerdo que ahí tuve muchas amigas, aunque casi no salía porque teníamos zotehuela y ahí jugaba mucho con mis hermanas, primas y amigas. Siempre me gustaron las muñecas, llegué a tener 98. Jugaba con ellas todo el día; les celebraba sus cumpleaños, las bañaba y les hacía ropa. También jugaba avión, cuadro con ficha, resorte, etcétera. Me encantaba jugar debajo de la mesa, una mesa gigante con compartimentos, donde yo guardaba todas mis pertenencias junto con las cosas de la casa, ese era mi espacio y a mi familia le causaba gracia que siempre jugara sola. Además me entretenía con un maletín de doctora con el que jugaba a que curaba a mis muñecas, también dibujaba y cuando había visitas en mi casa, situación que era recurrente, jugábamos a serpientes y escaleras, lotería y pirinola. No salíamos a jugar a la calle porque mis padres decían que era peligroso, pero mis hermanos organizaban juegos dentro de la casa para nosotros los tres más chicos.

Mi papá me llamaba “chiquita” por mi estatura y una de mis hermanas lo modificó a “chiquis”, es por eso que mi nombre casi nunca se pronunciara entre mi familia. Yo era una niña sensible, caprichosa, voluntariosa y consentida, sabiéndome querida por todos. A los 6 años me inscribieron a la primaria Indonesia, mis tres hermanos mayores ya asistían ahí, pero yo lloré tanto que mi papá me regresó a casa con todo y el enojo de mi mamá. Volví a estar en casa con mi hermano menor Fer. Mi hermano mayor nos cuidaba mucho y nos enseñaba a leer a Fer y a mí. Posteriormente me inscribieron a la primaria Carlos Marx pero volví a llorar porque me daba temor no ver a mis papás, por lo que mi padre me sacó nuevamente y mi hermano Raúl decidió enseñarnos a leer y escribir.

Mi vida cambió cuando nos mudamos a la calle San Juan del Rio en la colonia Miguel Hidalgo, donde teníamos una granja con gallinas, cerdos, perros y gatos. Fui muy feliz ahí, ahora veo la casa obviamente cambiada y siento nostalgia al recordar mi niñez. En esa época entré a la primaria Ramírez Castañeda, ubicada en la calle Sor Juana, y aunque esta escuela no me gustaba nada, yo ya tenía 8 años y mi mamá dijo que ya bastaba de caprichos y de que mi papá me consintiera; fue lo mejor porque ahí hice muchas amigas.

Siempre inventaba juegos nuevos, una vez hice un teatro con la ayuda de mi hermano Fer, otras veces tejía ropa para mis muñecas, jugábamos mucho los cinco hermanos, los mayores se encargaban de organizar las actividades. Poco a poco fuimos saliendo a la calle a jugar encantados, escondidillas, listón y avión, juego que me encantaba, incluso ya casada jugué con mis hijos adolescentes y les gustó mucho. También rentábamos bicicletas y nos íbamos a las fuentes y jugaba futbol con mi hermano. Para ese entonces mi hermana María Teresa ya era una señorita y era mi confidente. Bella es la hermana mediana, es muy fuerte y la más rebelde, ella sí salía a jugar basquetbol a la calle, tenía muchos amigos y fiestas. Me protegió siempre, hasta la fecha lo sigue haciendo. Fer, el más pequeño, parecía mi hermano mayor porque me cuidaba ya que siempre fuimos en el mismo salón, con él jugaba a cazar lagartijas en el bosque del Pedregal y nos escapábamos con mi primo a nadar a las Fuentes Brotantes.

En 1968 yo tenía 9 años y para cursar mi segundo año de primaria nos cambiaron a una escuela ubicada en frente a nuestra casa, a mí me pareció una bendición porque me gustaba el lugar y podíamos salir a desayunar con mis papás. La primaria se llama Trabajadores del campo, ahí estudiaron mis hijos y ahora los nietos. Tengo amigas de esa etapa que todavía frecuento. Era el año en que se celebrarían las olimpiadas en nuestro país y recuerdo que nos llevaron a Villa Olímpica a un recorrido por los departamentos de los atletas, fuimos con mis papás y vecinos y para mí fue una gran emoción ver los edificios nuevos y saber que más adelante habría tanta gente hospedada ahí.

Desde que yo era muy pequeña mi padre, que era un amante de la vida, sembró en mí el amor por la poesía. El primer libro que me regaló fue Prosas profanas, de Rubén Darío, obra que recuerdo con nostalgia y mucho amor ya que me abrió un mundo fascinante y de fantasía. Unos años después, en la escuela secundaria E.T.I.C. 131, tuve la oportunidad de participar en un concurso con uno de los poemas de ese libro, “Sonatina”, llevándome de premio solo los aplausos de mi familia que, emocionada, me acompañó. Un 30 de abril, día del niño, mi papá me regaló otro libro (Lecturas literarias) que marcó mi vida, no solo por el contenido, sino por la divina sorpresa que me llevé al abrir la portada del libro y descubrir la dedicatoria que mi padre había escrito para mí: “Para una almita sensible y hermosa”, desde ese momento supe que era una persona muy especial para mi papá.

En la secundaria, junto con mis amigas y amigos, organizaba tardeadas en mi casa para bailar, mis papás me complacían en eso y además mi papá me compró una guitarra, por lo que tomaba clases dos veces por semana en la colonia Fama, muy cerca de mi casa. Yo no fui mucho de deportes, siempre prefería bailar. Quién iba a decir que años después trabajaría en gimnasios dando clases de aerobics, pilates, spinnig, etcétera.

Siendo muy joven, y yo una adolecente, mi papá ingresó en el hospital del seguro social Centro Médico. Yo no podía comprender lo que pasaba: cómo un hombre joven, guapo, alto, fuerte, con una marcada personalidad, estaba postrado en una cama. Mi mamá habló conmigo y mis hermanos y nos explicó que mi padre estaba internado porque había sufrido un ataque al corazón, además de tener diabetes e hipertensión y que se quedaría internado hasta que pudieran controlar su estado. Como de costumbre, me vine abajo sin lograr entender y lloré hasta quedarme sin voz y sin reclamos a mi pobre madre que nunca me había dicho la gravedad de los frecuentes dolores de cabeza que mi papá sufría.

Una vez que las cosas se calmaron un poco, mi madre me explicó que podrían controlar sus enfermedades y que tendríamos que cuidarlo mucho, yo le reclamé que no me contaran las cosas, ella me contestó que no me decían nada porque sabían que yo reaccionaría mal, pues era una niña sensible, que lloraba por todo, siempre preocupada por mi entorno, en especial por mi papá. Fueron épocas difíciles, mis hermanos y yo no podíamos ver a mi padre pues éramos muy pequeños para entrar a un hospital. Recuerdo como si fuera ayer que lo veíamos desde el parque que está a un costado del hospital, él hacía un esfuerzo sobrenatural para saludarnos desde la ventana y notábamos su sufrimiento por estar lejos de casa, nosotros agitábamos las manos y mandábamos besos ocultando nuestro dolor. En ese momento comprendí lo frágil que era y la razón por la que me protegían tanto todos, desde entonces empezó mi preocupación muy fuerte por mi papá y me volví hipersensible, tenía todo tipo de sentimientos e inquietudes que incluso me llevaron a despertarlo algunas veces para saber si estaba vivo.

Yo no dormía en las noches solo para ayudar a mi padre en caso de escucharle algún lamento, quejido o una molestia que sintiera. Con esas noches de insomnio la mente vuela y empecé a tener interminables noches de agonía pensando que pasaría lo inevitable, eso me llevó a preocuparme por todo: por mis hermanos y mi mamá. Mi madre fue la mujer más fuerte que he conocido, con un carácter dominante tomó las riendas de nuestras vidas; supo sobrellevar nuestra difícil situación y ayudó a mi papá con los gastos de la familia, tomó un curso de confección y costura y así empezó a hacer ropa y a dar clases. Mi mamá creció como una niña consentida y teniendo todo lo que necesitaba, pero tuvo que cambiar su estilo de vida para apoyar a mi padre y salir adelante, ella era una mujer muy bonita y elegante, hacía que la gente quisiera estar cerca de ella, pues era muy atenta, educada y sabía mucho de moda, no recuerdo haberla visto mal vestida nunca, bueno, solo en una ocasión que no me gusta recordar.

Mi padre siguió trabajando una vez que estuvo estable de salud, mi abuelo le había heredado una carnicería, pero con tantas enfermedades crónico degenerativas, era un gran esfuerzo continuar en el negocio, por lo que comenzó a trabajar en un pequeño laboratorio que mi abuelo materno tenía, no obstante, no generaba suficientes ingresos y mis hermanos mayores tuvieron que empezar a trabajar desde muy jóvenes, mientras tanto, los tres hermanos menores seguíamos estudiando.

Cuando tenía 13 años me enamoré por primera vez del hermano de un amigo de escuela. Cosa que de inmediato le conté a mi papá, él siendo tan sabio me dijo que sentir amor es lo más hermoso de este mundo, lo más bello del ser humano es estar enamorado aunque algunas veces no sea correspondido, ese sentimiento es personal y empieza en uno mismo, aunque en ese momento no lo entendí. Aún no olvido sus palabras.

Fueron pasando los años y yo seguía preocupada por mi papá, intentando estar siempre cerca de él, incluso algunas veces lo acompañé a trabajar. Al cursar el primer año de secundaria era feliz entre amigas y pretendientes, comenzaba a conocer el amor y eso me hacía sentir llena de vida. Mis hermanos mayores ya estaban casados y mis papás gozaban del privilegio de ser abuelos. Mi hermana mayor tenía dos bebés a los que todos amábamos mucho, en especial mi papá, él estaba loco por ellos y más por su gran parecido con el menor de sus nietos.

Desde niña mi deseo era ser un bailarina, cuando tenía 6 o 7 años bailaba y me disfrazaba con la ropa que mi mamá guardaba en un baúl viejo, como en mi casa todos los fines de semana había visitas porque disfrutaban la compañía de mi padre y la comida de mi madre, yo me disfrazaba y bailaba para los invitados. Era mi mundo feliz, pero pasando al segundo año de secundaria mi papá me propuso dejarla y buscar una escuela de danza, a lo que yo, emocionada, acepté. Sin embargo, nunca pasó. Perdí un año de secundaria, quedándome en casa, ayudaba a los quehaceres y a cocinar mientras mi mamá acompañaba a mi papá a trabajar porque en ese momento él trabajaba como agente de medicina y mi mamá tenía miedo de que le pasara algo al ir manejando. Al darme cuenta de que la intención de mi papá era que yo no estudiara, me rebelé y regresé a la escuela, aunque perdí un año más de estudios. Terminé la secundaria e hice mi examen para ingresar a la preparatoria, mi deseo era ser médica pero mi papá trataba de persuadirme de que eligiera otra carrera, argumentando que la medicina era dura y más por mi forma muy sensible de ser, decía que yo no podría ver tanto sufrimiento en la gente. Él me llamó “doctora Corazón” porque solo podía curar corazones.

Durante esta época de mi vida todo fue realmente hermoso y rosa porque entre novios, amigas y baile la vida se me iba ligera y feliz. Organizaba reuniones en casa si es que quería bailar porque mis padres jamás nos dejaban salir a fiestas, por lo que yo invitaba amigos a casa, siempre con la presencia de mis papás en la sala, con su ayuda preparábamos agua de horchata y jamaica y sándwiches. Propio de mi edad tuve novios, pero siempre seguí las reglas de la casa. Mis padres me educaron pensando que fuera de la casa todo era malo y pecaminoso, sin embargo fui privilegiada porque me dejaban tener novio y además podía entrar a casa, acto inteligente de mi papá porque así los conocía y me vigilaba. A mí no me preocupaba porque tenía mis principios muy arraigados, entonces para mí era ideal que mi papá me diera permiso y que entraran a casa.

En ese entonces organizamos una tardeada para recaudar fondos y comprarme mi vestido de salida de secundaria. En esa fiesta conocí al que sería mi primer amor y mi esposo durante 24 años.

Mi papá tuvo una recaída y decidí apoyar económicamente, por lo que tuve que dejar de estudiar y entré a trabajar a Americ photo. Yo tenía todo el deseo de ayudar a mis papás. Mi padre enfermaba cada vez más mientras yo iba descubriendo el amor con el que sería mi futuro esposo y dedicándole mi tiempo a él y al trabajo. Me enamoré tan perdidamente que mi padre sintió un cambio brusco en mí, sufría en silencio la falta de mi atención. Un día mi mamá habló conmigo y me explicó que mi papá sentía que yo me había desapegado de él y eso le dolía, yo reaccioné y me di cuenta de que era verdad, yo estaba locamente enamorada sin imaginar que ese sentimiento lo pagaría más adelante.

Una mañana se me hacía tarde para el trabajo y mi papá se ofreció a llevarme después de que desayunáramos, él, al igual que toda la familia, es de buen comer y ese día no fue la excepción, aunque debía llevar una dieta estricta le era muy difícil seguir las indicaciones del doctor y esa horrible mañana desayunó muchísimo. Nos fuimos rumbo a mi trabajo y pasamos por la casa de mi hermana mayor, que vivía en la misma calle pero al final de esta. Ella salió rápidamente a saludarnos con sus hijos, al ver a mi papá le preguntó que si se sentía mal porque lo notaba con un gesto cansado y la boca ligeramente chueca. Mi papá volteó a verme y preguntó si era verdad, yo no noté nada y nos fuimos. A los 5 minutos se orilló y detuvo el auto, yo le pregunté qué pasaba pero no me respondió, me bajé del auto para revisarlo y al verlo evidentemente mal, corrí a buscar a mis familiares pues milagrosamente estábamos a una cuadra de la casa de uno de sus hermanos y también muy cerca de casa de mi abuela paterna. Al llegar, toqué la puerta con desesperación y una tía salió a ayudarme, entre ella y yo movimos, como pudimos, a mi padre toda una cuadra, Esta labor se complicó porque él era un hombre de 1.97 metros y fornido. Le llamé a mi mamá y salió de nuestra casa desesperada, en bata y sin dinero, para alcanzarnos, mientras tanto llamamos a otra tía que trabajaba en un hospital, de inmediato llegó con un doctor, que nos indicó que fuéramos al Centro Médico; mi papá había sufrido un derrame cerebral. El jueves 3 de marzo de 1978 falleció mi papá. Mi mundo se derrumbó, pasé todo un año de duelo. Hasta la fecha recuerdo ese episodio de mi vida y no lo puedo olvidar.

Tiempo después mi novio me propuso matrimonio y yo acepté feliz porque lo amaba intensamente, yo pensaba que él era el hombre ideal porque era cariñoso, atento, guapo y además, bailaba.

Nuestras familias no estaban de acuerdo con nuestra relación por distintos motivos; mi familia me decía que éramos muy jóvenes, que no nos conocíamos bien, que él era muy diferente a mí. Por otro lado la familia de él trataba de persuadirlo argumentando que no había terminado la carrera de arquitectura, que él era joven y yo mucho más. Sin embargo, nosotros decidimos casarnos. Mi hermano mayor le dijo que me cuidara porque se llevaba a la mejor hermana.

Mi niñez fue tan feliz, tan pura y rodeada de amor, que nunca pensé que iba a llorar, sufrir y tener tanto miedo. Pero al casarnos y vivir juntos descubrí un ángel y un diablo en la misma persona: él era amoroso, amable, atractivo y buen padre. Y al mismo tiempo alcohólico, violento, misógino, golpeador y me celaba enfermamente. Durante mi matrimonio trabajaba como instructora de aerobics, en mis clases, gracias a la música descargaba mi desilusión por la vida que vivía.

La peor etapa de mi vida la viví con él hasta que una noche escapé después de que me golpeara y amenazara con un cuchillo por sus celos. Inicié el proceso de divorcio, yo amaba a mi esposo como a nadie y no me había separado porque creía que no podría vivir sin él. Tuvimos dos maravillosos hijos que en su momento me dieron dolores de cabeza, pero el día de hoy estoy sumamente orgullosa de los dos porque a pesar de que tuve miedo de que fueran como su padre, hoy puedo decir que Dios me bendijo con ellos.

Afortunadamente pude divórciame rápido y ahí empezó mi libertad y una felicidad que ya no recordaba. Disfrutaba enormemente mis clases, la música, la libertad de volver a ser yo y de convivir con mis maravillosas alumnas, que con el tiempo se convirtieron en mis amigas y que hasta hoy sigo contando con su amistad invaluable, agradezco a Dios y a la vida por tenerlas en mi vida.

De nuevo me sentía feliz como cuando era niña. Tiempo después volví a enamorarme; luego de un divorcio y de una vida triste y gris, gocé una vez más del amor, pero él era mucho más joven que yo y la relación no funcionó. No obstante, para mí fue un amor tan intenso y que me hizo sentir joven, hermosa y amada como nunca me había sentido, fui completamente feliz sin tapujos, sin complejos, sin edad, sin prejuicios y sin moral mal infundada. Hasta el día de hoy soy infinitamente feliz de tan solo recordarlo.

Cada viernes me reunía con una amiga para platicar de nuestras vidas porque nos conocemos desde los 18 años, tenemos mucho en común pues ambas nos casamos muy jóvenes y enamoradas y ahora estamos divorciadas. Después el grupo de amigas se fue agrandando: entre hermosas amigas de gimnasio, excuñadas, etc. Ahora formamos un grupo de amigas/hermanas al que llamamos taz y nos reunimos cada semana. El nombre lo escogimos por la terminación tas, ya que todas estábamos entrando en los cincuentas, después lo modifiqué con la letra z porque me pareció más chic. Y para nosotras significa que somos las más hermosotaz, las más fregonsotaz, etcétera. Cada una de nosotras somos muy diferentes y parecidas a la vez, tenemos distintos formas de ser y de ver la vida pero a todas nos fascina bailar, cantar y la música.

Disfrutamos nuestros viernes religiosamente, nos reunimos porque nos divertimos, pero principalmente por el amor, la comprensión y la empatía que nos brindamos; cada viernes vernos es nuestra terapia, a veces alguna tiene un problema, otras veces alguien llega deprimida, pero intentamos ayudar y dar nuestro punto de vista, yo que hablo tanto les he comentado en nuestras cenas de navidad o nuestra cena de las taz, lo mucho que las quiero y cuanto me han ayudado por el solo hecho de existir. Estamos juntas en todo; ellas han visto y sabido mis sufrimientos alegrías, mis enojos. Soy totalmente trasparente ante ellas, el estar unidas tanto tiempo no ha sido por otra cosa que el amor y respeto que nos tenemos, pero sobre todo porque nos aceptamos tal como somos.

Continué dando clases, tomando nuevos cursos y trabajando en diferentes gimnasios. Durante muchos años di clases en el centro cultural y deportivo Tiempo nuevo, ubicado en la delegación Tlalpan. Es un lugar al que le guardo mucho cariño y recuerdos muy gratos, pues ahí conocí a Patricia, que era una de mis alumnas y con la cual inicié una amistad de inmediato. Ella me contaba que iba seguido a Nueva York, pues visitaba a un matrimonio con el que tenía amistad y al que estimaba mucho. Después de 5 años Patricia me comentó que su amiga acababa de morir de cáncer, por lo que debía ir a Nueva York a visitar al viudo. Pasó un año de esa plática y Patricia me invitó a la inauguración de su departamento, me pidió que pasara después del gimnasio, recuerdo que yo no quería ir porque yo salía de mis clases bañada en sudor y además muy tarde, pero ella insistió. Llegué a su casa a las 10 PM, toda sudada y mal arreglada, no me sentía bien. Solo había dos invitadas, una amiga de su trabajo y yo. Después me pidió que la acompañara al aeropuerto a recoger a su amigo el estadounidense pues venía a pasar unas vacaciones en México. Protesté porque no me había avisado con tiempo pero al final me convenció, fue ahí donde conocí a Gary Ingrassia, mi actual esposo. Al verlo por primera vez no provocó ningún sentimiento en mí. Esa noche, después de pasar por él al aeropuerto, nos invitó a cenar, como yo no hablaba nada de inglés su plática no me pareció interesante. Además, en ese momento, yo seguía sufriendo por el joven con el que había tenido una relación anteriormente. Gary lo notó y le preguntó a mi amiga la razón de mi llanto pero ella no le dijo nada.

Patricia había armado un plan: unirnos a él y a mí, pero Gary no era el tipo de hombre que me gustaba, no obstante, seguimos saliendo y conociéndonos más. Un día Gary y Paty me invitaron a una cena de unos amigos suyos; durante la plática todos se estaban expresando de él y yo volteé a verlo y ahí fue cuando comencé a interesarme por ese hombre maduro.

Pasó un año más y Gary, en sus llamadas diarias, me empezó a enamorar, me propuso matrimonio con el argumento de que él ya no estaba joven y no quería perder el tiempo. Así son los estadounidenses, directos. Yo le propuse que primero viviéramos juntos un tiempo para tratarnos, pero él se espantó; resultó ser que él es más santurrón que yo. Al poco tiempo me preguntó de nuevo y yo le respondí que no, pero al ver que había muchos problemas por su estadía en el país, decidí que sí me casaría con él, después de siete años de conocerlo. Actualmente llevamos 14 años juntos, siete de casados. Fue la mejor decisión que pude tomar, él es un hombre moral, muy recto, honrado, honesto y me da libertad, seguridad y sobre todo mucha paz.

Mi hijo el menor, desde chico me expresó que nunca se casaría ni tendría hijos, pero fue el que me dio la sorpresa de mi primera nieta, a la cual amo con toda mi alma. Cuando me enteré del embarazo me dio miedo pues mi hijo siempre había dicho que no quería tener bebés, además de que me sentí mal al pensar que tal vez él y su pareja no serían buenos padres porque se acababan de conocer, pero rápidamente se enamoraron de su nena y ahora veo que son padres responsables y me hacen sentir muy orgullosa. Mi hijo primogénito, al contrario de su hermano, sí deseaba hijos desde joven, pues él es muy niñero, ama a los bebés y a la vida. Llevaba con su novia 10 años cuando se embarazó, sin embargo perdió al bebé. Mi hijo sufrió mucho, pero Dios y la vida les dio otro hijo, que ahora ya tiene 3 años y hace muy felices a sus padres, especialmente a mi hijo que siempre lo deseó. Es un padre ejemplar al que admiro mucho.

Mis dos nietos, mis hijos y mis nueras, Gary y las personas tan hermosas que he conocido a lo largo del camino, son mi vida. A mi edad y con la vida llena de contrastes y remolinos, puedo decir con toda certeza que soy feliz con lo que tengo. Y no digo completamente feliz porque eso no existe, si fuese así no estaríamos aquí en la Tierra, sino en el paraíso.

Finalmente quiero decir: ¡Gracias a la vida que me ha dado tanto!