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Jóvenes en pandemia
Ameyalli Trejo Cuevas
4 de enero de 2021.


Recibí la petición de realizar este escrito desde hace un par de meses. Sin embargo, había aplazado una y otra vez el sentarme a escribir algo hasta hoy que estamos a días de terminar el año de “cuarentena”. Mis motivos para alargar el sentarme frente a la computadora y vaciar mi sentir en una página en blanco, se relacionan directamente con el tema que ha permeado nuestras vidas durante tantos meses: la pandemia

Este año, 2020, ha sido un periodo de angustia que ha trastocado mi vida… y me atrevo a afirmar que no sólo la mía sino la de todos. En medio de ese “todos” tan general, detengo mi mirada y la fijo en un sector: los jóvenes.

Los jóvenes, término sin lugar a dudas problemático porque ¿Qué es ser joven?, ¿quiénes lo son? Según la página web de Naciones Unidas, los jóvenes son definidos como “aquellas personas de entre 15 y 24 años”,1 pero si tomamos en cuenta las consideraciones de “Jóvenes construyendo el futuro”,2 programa gubernamental que se desarrolla con la finalidad de vincular a los jóvenes al mundo laboral, la edad se extiende hasta los 29.

De acuerdo con lo anterior, yo formo parte de dicho grupo y mis amigos, conocidos y gente cercana también. Es desde aquí donde me presento para escribir sobre nosotros y nuestras experiencias en pandemia.

Dar cuenta de la juventud en general y de todo lo que ha implicado la pandemia en este sector es, sin lugar a dudas, una apuesta que sería demasiado pretensiosa de mi parte. No, yo no puedo ni pretendo hacerlo en estas escasas líneas. Lo que puedo hacer es hablar tan sólo desde una pequeña trinchera, desde mi perspectiva y desde los testimonios de mis amigos cercanos que se encuentran dentro de este sector tan variado que son los jóvenes. Cabe resaltar que hablo desde un sector mínimo: desde la clase media baja, media alta que tiene acceso a internet, a una computadora, que tiene dinero para asegurar techo y comida y aún más para disponer y tratar su salud, tanto física como mental.

La pandemia ha sido un temblor, un desgarre, una angustia, un dolor, muchas lágrimas. Ha sido también un acostumbrarse/anestesiarse al encierro que ha implicado cierto confort pero que también ha traído consigo la pérdida del exterior, de los otros, de nosotros.

Así lo he vivido yo y otros a mi alrededor, pero por supuesto hay otras experiencias… En clases virtuales tuvimos la oportunidad de compartir nuestros sentires sobre pandemia y frente a las angustias de muchos de nosotros, un compañero (que por su edad ya no podría ser considerado como “joven”) dijo que no entendía por qué nos causaba tanta angustia a los jóvenes este momento, argumentó que a lo largo de su vida habían sucedido cosas parecidas como por ejemplo la influenza y que al final había pasado, que nos estresábamos mucho por algo que se solucionaría.

Recuerdo que escucharlo fue como una bofetada, pienso que tal vez habló así porque no consideró que las circunstancias en las que él vivió dichas situaciones, no fueron iguales a las que se viven hoy en día.

Actualmente las realidades que nos atraviesan son diversas: la tasa de desempleo se ha agravado; el estudiar una carrera necesariamente en línea, a pesar de no elegirlo, a pesar de no poder, se ha vuelto un hecho; ha sucedido la entrada de lleno a una virtualidad para la que no estábamos preparados, ni alumnos, ni maestros, ni familias. Es una realidad la lejanía entre individuos y el adormecimiento a través de plataformas virtuales que se han enriquecido exponencialmente en estos tiempos; nos acecha la muerte en cada esquina y existe un miedo permanente al “otro”, al “ajeno”, al “posiblemente contagiado”. Éstas y otras situaciones más nunca antes habían sucedido, estamos aprendiendo a vivir esta nueva realidad.

Estamos viviendo un hecho histórico y me parece que soltar comentarios como “ya pasará”, evidencia nuestra falta de compromiso de analizar lo que está sucediendo como algo que no es ajeno, sino tan cercano, que nos atraviesa y transforma.

Cada sector de la población está siendo afectado y transformado radicalmente, los jóvenes, por supuesto, no somos la excepción. Estamos en una etapa de quiebre con nuestras familias, un periodo en el que tenemos que “tomar las riendas de nuestras vidas”, trabajar, comprar una casa, ¿tener hijos? Sí, bueno, eso es lo que la sociedad ha esperado de los jóvenes durante mucho tiempo, pero ahora en estos tiempos modernos en los cuales tantos paradigmas se han roto, “lo que nos corresponde”, es totalmente incierto

La independencia se ha vuelto prácticamente imposible en un país con salarios tan bajos, pero con exigencias tan altas de títulos académicos que luego son tan sólo un impedimento al encontrarnos sobrecalificados, el casarnos no es algo que busquemos y mucho menos el tener hijos; las redes sociales comandan en gran medida nuestras interacciones y de la mano, nuestra salud mental a la que se le presta poca atención y que se ve constantemente afectada y bombardeada por imágenes que proyectan estándares inalcanzables. En pandemia las cosas no han mejorado. La universidad, trabajo, entretenimiento y relaciones se han volcado todas en una pantalla o en dos o tres, dependiendo de cuántos dispositivos tengas. Pandemia ha sido un momento de aislamiento, de ansiedad, de miedo, de incertidumbre, de lejanía, de depresión.

La mayoría de mis amigos han comenzado a recurrir a terapia psicológica, otros han tenido que iniciar un tratamiento con ansiolíticos y antidepresivos y otros más, la mayoría, a pesar de necesitar un acompañamiento psicológico en estas épocas, por falta de dinero, no han podido recurrir a ninguna terapia. Si a ello agregamos que aún hay muchos prejuicios con respecto a tratar la salud mental, ya que esto se relaciona con “estar loco”, hay muchos jóvenes que están a la deriva intentando sobrellevar sus procesos de angustia.

Por mi parte, me atrevo a compartir en este escrito que este periodo de “encierro” ha sido todo un reto en mi vida. El aislamiento sumado a cuestiones personales, entre ellas el finalizar las materias de la carrera, perder mi mayor medio de ingresos, romper lazos con gente amada, etc., me llevaron a un lugar oscuro que siempre tengo que sortear como resultado de mis caídas y recaídas en cuadros depresivos que me acompañan desde hace algunos años.

Comencé a tener ataques de pánico que no sabía que lo eran hasta que descubrí los síntomas en diferentes infografías compartidas en redes sociales e información en internet. Mis episodios surgían a partir de ideas de angustia frente a lo vivido: la falta de dinero, la falta de compañía, la falta de sol, el estrés por la carrera, el cansancio constante. El llanto me venía de no sé dónde y se convertía en respiraciones agitadas que terminaban en hiperventilación y palpitación acelerada del corazón, taquicardias.

Los pensamientos suicidas rondaron mi cabeza una y otra y otra y otra vez, como una posibilidad que prometía calma y que en realidad, pese a lo que se podría creer del otro lado, no podía controlar. Mis finos cortes en los brazos volvieron a aparecer como resultado de navajas filosas y baños prolongados. La necesidad de herirme surgía del deseo y necesidad de sentir un dolor diferente al interno.

Sé que no he sido la única; otros jóvenes a mi alrededor lo han vivido y narrado, algunos incluso lo han compartido a través de arte, a través de gritos en forma de videos y textos. Todos lo estamos resonando.

Algunos no hemos resistido y hemos comenzado a salir, a retomar nuestras vidas con un cubreboca de por medio. Algunos otros han permanecido en sus hogares y son más renuentes a salir. Otros más, ni siquiera se han podido dar el lujo de estar en casa, han tenido que continuar trabajando e incluso se han vuelto las “cabezas de familia” frente al desempleo de los padres… ¿Quién podría hablar de todas las realidades? Me parece que la totalidad sería imposible, pero el acercamiento es necesario.

Al final de cuentas, tenemos tiempo, ¿cierto? Esto aún no se termina.

1. https://www.un.org/es/sections/issues-depth/youth-0/index.html
2. https://jovenesconstruyendoelfuturo.stps.gob.mx/